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viernes, 22 de noviembre de 2013

Arrio (256 - 336) fue un presbítero de Alejandría (Egipto), probablemente de origen libio, fundador de la doctrina cristiana conocida como arrianismo.
Discípulo de Luciano de Antioquía, se enfrentó a su obispo proclamando que Dios (el Padre) había creado de la nada al Logos (su Hijo); que «hubo un tiempo en que el Hijo no existía», y que por tanto el Hijo era una creación de Dios y no era Dios mismo.
Su doctrina se conoce como arrianismo, aunque ya existía antes de Arrio; por ejemplo, en las obras de Pablo de Samosata. En Tertuliano se encuentra la creencia análoga a la de Arrio de que el Hijo de Dios no existía antes de ser engendrado. En Justino Mártir se encuentran sentencias subordinacionistas similares a las de Arrio, al igual que en Orígenes.
La defensa del arrianismo fue asumida por diversos líderes eclesiásticos, entre los que se destaca Eusebio de Nicomedia, quien llegó a administrar el bautismo en su lecho de muerte al emperador Constantino I el Grande.1 2
Sin embargo, el arrianismo fue condenado como herejía por el Concilio de Nicea en el año 325. En este sínodo de obispos triunfó la doctrina de la consustancialidad (homoousios, la misma sustancia) del Padre y del Hijo. De los 318 obispos, 18 permanecieron inicialmente firmes en sus creencias arrianas, pero las presiones fueron mermando el número hasta que no quedaron más que dos: Eusebio de Nicomedia y Teognio de Nicea, que no aceptaron la imposición del Credo Niceno. Finalmente Arrio y sus seguidores Teonas y Secundo fueron excomulgados. El emperador Constantino I decretó además el destierro de Arrio y de los dos obispo arrianos (Eusebio y Teognio) a Iliria, además de decretar que los escritos arrianos fueran quemados y quienes los ocultasen fueren condenados a muerte.3
Pero años más tarde Constantino suavizó su postura hacia al arrianismo y un concilio posteriores restauró la corriente como doctrina legítima al interior de la Iglesia. Así ocurrió en el concilio de Tiro y Jerusalén (años 335-336), que a posteriori no fue incluida en las listas oficiales de concilios, así como ocurrió con los concilios previos a Nicea que abordaron el tema de los donatianos. Como resultado de las reuniones de Tiro y Jerusalén, el emperador terminó desterrando esta vez al obispo anti-arriano Atanasio de Alejandría, quien fue acusado de usar los envíos de grano que salía de Egipto a Constantinopla como chantaje para resolver una discusión sobre teológia especulativa.4
La condena definitiva a los arrianos llegó en el Primer Concilio de Constantinopla (381).
Posteriormente el arrianismo pervivió entre los godos y otros pueblos germánicos. Arrio era un predicador popular y se decía que sus sermones eran cantados y repetidos por la gente del pueblo. Su obra principal fue Θαλια (Talía), hoy desaparecida, al igual que el resto de sus libros, que fueron quemados y proscritos, aunque fragmentos de sus textos han perdurado parafraseados en las obras de sus detractores y gracias a ellos su pensamiento se ha podido reconstruir hasta cierto punto.

Arrio murió en extrañas circunstancias (posiblemente envenenado) en 336, en la víspera del día en que iba a ser readmitido en la comunión de la Iglesia.

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